En
el invierno de 1975 la revista "Baylor Law Review"
publicó entre las páginas seis a nueve de
su número 27, un artículo escrito por la
pediatra Karen Teel.
Pocos meses después, en su sentencia del 31 de
marzo de 1976, el juez Richard Hughes de la Corte Suprema
de New Jersey respondía a la demanda de suspender
la respiración artificial de una chica en coma
profundo señalando que debía consultarse
al comité de ética del hospital en el que
se hallaba internada.
Hughes apelaba, entre los fundamentos de su juicio, al
mencionado artículo de Teel que proponía
un comité de ética integrado por médicos,
trabajadores sociales, abogados y teólogos, como
instrumento de diálogo para la evaluación
de diferentes opciones terapéuticas para un determinado
paciente. La "Morris View Nursing Home", institución
en la que se encontraba en coma Karen Quinlan, constituyó
un comité de ética compuesto por dos representantes
del clero, el director sanitario, un asistente social,
un médico que no trataba a Karen y el representante
legal propio. Pero este comité, por su constitución,
excedía el marco de revisión pronóstico
propuesto por el juez, ya que no era un comité
de expertos, para abarcar la consideración de los
aspectos éticos en la toma de decisiones del caso.
Y así, el artículo crítico de Teel,
la desafortunada Karen, el informado juez Hughes y la
decidida "Morris View Nursing Home", habían
dado comienzo sin saberlo, a una de las historias humanas
más cautivantes.
La resonancia pública que adquirió el caso
Quinlan llamó la atención sobre una figura
prácticamente inexistente hasta entonces y la consolidó
formalmente, pero fue el informe de marzo de 1983 (Deciding
ta Forego Life-Sustaining Treatinent) de la President's
Commission for the Study of Ethical Problems in Medicine
and Biomedical and Behavioral Research, el que dio un
impulso decisivo a estos comités al proponer la
formación y utilización de los mismos para
asistir en la toma de decisiones acerca de pacientes terminales.
En el informe presidencial se presentaba un modelo para
el establecimiento de estos comités así
como un registro de los ya existentes (sólo el
1% de los hospitales en Estados Unidos los tenían
entonces) y un estudio de sus actividades.
Cuando en la primavera de 1982, un año antes del
informe presidencial, un bebé nacía en Bloomington
-Indiana-, el tercer acto de la historia de los CHE había
comenzado.
Con síndrome de Down y atresía esofágica,
la vida del recién nacido dependía de una
operación que permitiera su alimentación.
Los padres del bebé se rehusaron al tratamiento
y éste, abandonado a su suerte en una habitación
murió de inanición a los seis días
mientras el equipo médico intentaba sin lograrlo
que una corte interviniera al el caso.
Al año siguiente, el Departamento de Salud y, Servicios
Humanos de los Estados Unidos proponía una reglamentación
para evaluar el tratamiento de los niños discapacitados
mediante la intervención del estado en dichos casos.
La Academia Americana de Pediatría respondió
con la propuesta de creación de comités
de ética específicamente denominados "Infant
Bioethical Review Committee (IBRC). Pero el 11 de octubre
de 1983 nacía en Port Jefferson -Nueva York- la
niña que sería conocida como "Baby
Jane Doe".
Con múltiples defectos neurológicos, espina
bífida, microcefalia e hidrocefalia, Jane podía
beneficiarse de una intervención quirúrgica,
según el equipo médico, para evitar infecciones
aunque no las malformaciones.
Los padres de Baby Doe se negaron a la intervención
prefiriendo un tratamiento conservador, pero una corte
sentenció que la operación debía
realizarse. La sentencia fue rechazada por la Corte de
Apelaciones del Estado de Nueva York y Baby Doe fue llevado
a su casa sin tratamiento.
En febrero de 1984, ante esa situación, el Departamento
de Salud y Servicios Humanos ordenó que el estado
investigara las decisiones paternas en torno al tratamiento
de bebés discapacitados creando una "línea
caliente" de denuncia de estos casos. Pero el 23
de mayo de ese año, el juez Charles L. Brieant
del distrito de Manhattan dijo el en un juicio sumario
que las reglas federales conocidas como "reglas Baby
Doe" eran nulas, ilegales y debían dejarse
de lado por violar el deber médico de la confidencialidad
y el derecho de los padres a la privacidad.
Con ello Brieant atendía a los reclamos de la asociación
Médica Americana y la Asociación Americana
de Hospitales junto a otras sociedades.
El Departamento de Salud convino paralelamente y aunque
mantuvo la "línea caliente" con Washington
y la posibilidad de investigar estos casos, ofreció
gran libertad de movimientos a los hospitales que contaran
con un Comité de Revisión de la Atención
Infantil.
La polémica sobre la toma de decisiones giraba
entorno a tres alternativas: dejar que decidieran padres
y médicos, implantar la intervención y control
directo del estado o llevar los casos a la corte.
Frente a ellas apareció con fuerza la opción
de los CHE que alcanzaría un gran desarrollo ulterior.
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