En
situación idealizada, hay una relación ineludible
entre una cultura y la técnica que la viabiliza.
Kush plantea la técnica como apéndice de
una cultura. En este contexto, ambas pertenecen a un mismo
fundamento y la segunda no es otra cosa que el medio que
promueve la primera, brindando la posibilidad de recrearse
a sí misma. Una cultura del cálculo y la
medición generan, por ejemplo, una técnica
del mismo signo.
Sin embargo, a partir de los caracteres que asume lo técnico
desde el mundo moderno y posmoderno, ese principio sufre
un salto cualitativo que cambia el esquema de comprensión.
La razón es definida como instrumentalidad, y la
técnica se autonomiza de aquella cultura que le
dio origen, asumiendo el rol de lo principal.
Se desprende de la cultura que la formó y toma
vida propia transformándose en tecnología.
La técnica moderna deja de ser aquello emergente
de la propia actividad, concretada como reglas o instrumentos
utilizables para un objetivo inmerso en una decisión
a la que sirve y de la que es tributaria. Se aleja del
ámbito de la tekne griega, término de traducción
difícil para el hombre moderno al estar estrechamente
unidos, si no confundidos, arte y técnica, pertenecientes
a un saber de producción contingente que debe alcanzar
un ergón.
Vuelta
un instrumento autosuficiente y supuestamente neutral,
negada o desentendida de su vinculación inmediata
con la cultura que le dio origen, se interpreta como factible
su incorporación a cualquier cultura, apareciendo
como algo insoslayable para un desarrollo legítimo.
Estamos frente a un elemento autónomo, subsistente
por sí, incontrolable y de efectos impactantes
en término de dominio de aquello que objetiviza.
No se advierte, en general, que se está frente
a una técnica emergente de una cultura que ha privilegiado
la medición y el cálculo; que se ha instalado
en una visión matematizante del mundo, definiendo
su acción en términos de manipulación
y dominio absolutizado de aquello a lo que se dirige.
Y si esto pudiera ser justificado en ciertos campos o
circunstancias, lo que no parece aceptable es el abandono
de la ética en el que necesariamente cae, la anulación
de la esfera de libertad que trae aparejado, único
camino habilitado para establecer límites a una
voluntad de dominio sin frenos. Bajo la aparente autonomía,
subsiste su fundamentación de origen. De ese modo
lo que lleva como significación intrínseca
es trasladado a aquello a lo que se adosa. Supone entonces
que la cultura que la utiliza debe ser reformulada en
términos de medición, cálculo y dominio,
desprendiéndose de lo justo y lo bueno. La fascinación
de los logros que produce el mundo medible hace que no
se repare en un efecto a mi juicio gravísimo: la
posibilidad de desestructuración de los núcleos
culturales a los que se adjunta como tecnología.
De modo inmediato e ineludible se está en presencia
de una modificación del tiempo y el espacio, elementos
decisivos en la estructuración de lo real.
Tiempo y espacio, internalizados en el sujeto y concebidos
como medibles, trasladan al mundo exterior tal categorización.
Resultan así alteradas las relaciones sociales,
educativas, de trabajo, económicas, políticas
y jurídicas, etcétera. La desarticulación
más fuerte se ubica en el marco de la comunicación
y el campo educativo. Vistas desde el cálculo,
y sin atender el campo de la ontología donde el
tema central es el encuentro con el otro, se privilegian
los medios que de modo abstracto apelan a información
acumulada, que se lee en términos de poder.
Formados los pueblos desde la información que desatiende
el diálogo, los sujetos se aíslan y automatizan
masificándose.
En un estado de incomunicación social, se disuelven
las relaciones profundas. Aparece un nuevo modelo de sociedad,
paradigmático, del que ha desaparecido la virtud.
Se es menos libre, dependiente en términos de esclavitud
de una tecnología que marca nuevas pautas de comportamiento
social. Negada la libertad resulta negada la creatividad.
Invadido el sujeto ontológico, se altera su capacidad
de decisión libre.
Nos enfrentamos con una solución difícil,
diríamos heroica, para sortear el abismo de este
brete histórico. El impacto tecnológico
ciega y seduce. El conflicto se produce porque es altamente
positivo y eficaz en el campo de lo medíble y altamente
negativo y perturbador al absolutizar e invadir el campo
de lo no medible. Lleva consigo una voluntad transformadora
de esencias que produce efectos desnaturalizadores y paralizantes.
El hombre queda atrapado en el campo de la mecanización
y automatización.
Se abandona, por ejemplo, la búsqueda de soluciones
en términos de justicia.
Una fundamentación filosófica puede plantear
con relativa claridad los efectos negativos y positivos
de una técnica supuestamente autónoma.
Pero la práctica concreta, vuelve difícil,
tanto anular los efectos negativos cuanto separarlos de
aquello más inmediato, que aparece con resultados
deslumbrantes. Aun cuando desde el inconsciente colectivo
se pueda resistir el avasallamiento de los símbolos
culturales -algo aún no claro- desde la superficie,
la realidad nos enfrenta con una fuerte presión
que nos empuja para dar el salto hacia una tecnología
que supone reubicamos en la buena senda. Aquí aparece
la necesidad de un pensar que dé respuestas válidas
y ayude a fundamentar decisiones coherentes.
Hacia el siglo XXI América, poseedora de una gigantesca
fuerza cultural, debe hacer una introspección sobre
sí misma para poner en claro la relación
interna entre su identidad cultural y aquellos medios
que resulten aptos para discernir lo esencial de lo instrumental.
Es preciso reformular esto último para que sea
interpretado como medio que vuelva la cultura dueña
de sí misma. El medio, el instrumento, debe ser
posibilidad expansiva de su ontología.
El aparato de TV, la radio, el satélite, la computadora,
la telemática, por ejemplo, deben ser medios enriquecedores
de una cultura producida desde una interioridad. La alteración
a que se aludió más arriba sólo puede
ser controlada desde el mundo de la libertad, donde se
producen los elementos críticos que salvaguarden
un ethos cultural. El problema es sumamente difícil
y compromete al planeta en su conjunto. No es lícito
ni valioso negar en bloque la tecnología. Más
aun si ayudan a un estar bien. Sí se impone evitar
que el mundo del cálculo invada el de la meditación,
que supone el ejercicio de la libertad y el señorío
del mundo ético.
Nerva Rojas Paz
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