"Dios
ha muerto", gritaba desaforadamente "El frenético"
hace casi un siglo (1882), "vosotros sois los asesinos",
trataba de convencer sin éxito a los circunstanciales
paseantes que lo miraban absorto. Pagó con su propia
vida un anticipo que resultaba tan veraz, como repugnante
a la moral usual. Lo sabía de antemano: "quien
piensa de otro modo, va voluntariamente al manicomio",
había escrito premonitoriamente el año anterior.
En plena consumación de la racionalidad moderna,
estaba condenado a ser lo que fue; un "intempestivo".
Los oídos que lo escuchaban, preferían la
suave música hegeliana: la Filosofía "es
algo que purifica lo real, algo que remedia la injusticia
aparente y la reconcilia con lo racional, presentándolo
como fundado en la idea misma y apto para satisfacer la
razón. Pues en la razón está lo divino.
El camino inmediato quedaba expedito: aun admitiendo que
Dios había muerto, su sustituto -como tabla de
salvación- estaba a la vista: la razón.
Pero no cualquier "razón", sino aquella
que se venía preparando desde Bacon y Descartes
y que, "metódicamente", había
alcanzado su verdad en las ciencias.
Con este consuelo la muerte de Dios se hizo inicialmente
mucho más tolerable y -con el correr del tiempo-
apenas perceptible. Finalmente, cosa de niños,
de la que se encargarían el catecismo y las religiones
reveladas. Porque como señalara el maestro Hegel:
"la verdad de Dios, la copia de Dios, es la que se
percibe en la razón. Los nuevos dioses donantes
("copiones") habían nacido.
Y aquella "razón instrumental" transformada
ya en tecnociencias, imitan el rayo de Zeus y a las Tablas
de Moisés. No son iguales, pero cada vez se nota
menos. Después de todo el "asesinato"
ocurrió hace ya mucho tiempo y los hijos -menos
que nunca- están dispuestos a asumir la culpa de
sus padres. Juegan alegres en el jardín del planeta
Tierra, se aprestan a dar el gran salto al espacio exterior
y si bien sería exagerado afirmar que son totalmente
felices, se entretienen consumiendo. La "fascinación
tecnológica" volcada primero sobre los objetos
y luego sobre ellos mismos, sutura aquella "falta"
aunque más no sea provisoriamente y el ritmo cada
vez más vertiginoso de producción y consumo
se encarga del resto.
Es que estos nuevos dioses hasta son más productivos
que el primero: no crean todo en siete días y luego
se sientan a descansar, sino que -acuciados por las necesidades
del mercado- todos los días sorprenden al cliente
con novedades. Es cierto que no están al alcance
de todos por igual, pero la justicia no es su problema,
sino el de los consumidores. El suyo es llenar la vidriera
y renovar el stock. Las tecnociencias están muy
ocupadas como para detenerse a pensar en la ética
y cuando lo hacen no pueden dejar de "matematizarla".
Pero tampoco estas tecnociencias se hicieron en un día.
Tienen su historia y sus etapas.
De la actual quisiéramos hablar -aunque más
no sea unas palabras-, ahora.
LA
ESCALERA TECNOLÓGICA
En
el comienzo están los pioneros (Leonardo, Galileo,
Newton, Descartes, etc.) y sus fantasías científicas
se han cumplido casi todas: volar, sumergirse, comunicarse
a distancia, visitar la Luna. Sus prototipos son hoy máquinas
de consumo masivo (avión, televisión, submarinos,
computadoras).
El "secreto" ideal que los animaba -dominar
la Naturaleza y ponerla al servicio de los hombres- parece
rutilantemente agotado (siglos XIX y XX). Los anhelos
más íntimos de este hombre moderno, no pasan
ya más por la simple creación de máquinas
que lo ayuden en su trabajo y en el dominio de la Naturaleza
(aunque a pedido del mercado las siga produciendo o perfeccionando),
sino que se apresta a subir un nuevo escalón: el
de hacer la Naturaleza (y no ya sólo dominar a
la "hecha" por otro).
Comienza la disputa con Dios (o con los dioses) acerca
del único atributo que todavía (imaginariamente)
le era reservado: la vida. Atributo al cual están
asociadas tres nociones básicas: las de creación,
alteración y muerte. Si algo faltaba para terminar
de borrar las distancias de aquella premoderna relación
creador/creado, vamos ahora en esa dirección, ya
no sólo se trata de hacer como Dios, sino de ser
Dios. Al comienzo como "donantes", luego se
verá. Tampoco Dios creó al hombre en el
primer día de la Creación, allí apenas
si pudo separar la tierra de las aguas, luego fue progresando.
Tampoco seria justo pedirle a estos nuevos "dioses
clonantes" que creen ex-nihilo desde el primer día;
Por ahora copian (clonan) y van investigando.
Si el poder de cálculo y la matematización
fueron los motores decisivos de la ciencia moderna (Heidegger),
estos mismos -exacerbados al máximo- posibilitaron
una etapa totalmente nueva dentro de la revolución
cientifico-tecnológica: la informática (que
reduce al ente a "información codificable"
juega con lo real como "modelo computacional");
salto informático que produjo la "revolución
de la información" y el nacimiento de la "sociedad
digital'(ya definitivamente desplegada ante nuestro ojos.
Hoy la vanguardia de las tecnociencias se dirige ya sobre
la biología y opera en el campo de la genética
(vegetal y animal primero; humana ahora), abriendo una
segunda etapa dentro de la propia revolución informática,
que la expresión "era infobiónica"
(neologismo que asocia informática con biotecnología)
trata de nombrar sintéticamente. El objeto es ahora
la manipulación de la Vida (primera gran tarea
del siglo XXI); mientras en la retaguardia se termina
de consolidar la "sociedad digital" que la reclama
(finales del siglo XX).
AHORA,
EL GEN
Después
del átomo (liberación de la energía
nuclear), el hombre avanza ahora decisivamente sobre le
gen: la "unidad de información" que codifica
las características y funciones básicas
de la Vida. Como en todo salto fundamental del conocimiento,
el fundamento es -al mismo tiempo- abismo.
Al respecto, dijo ya hace algún tiempo Konrad Lorenz:
"es tan peligroso tocar la genética como jugar
con las potencias nucleares". Sin embargo, para ese
"juego" parece que fuimos hechos. Siglos atrás
-cuando aún la "tékne", no era
"técnica" en el sentido moderno-, ya
el coro de Antígona advertía sobre esa doble
posibilidad: "(el hombre circunspecto porque domina,
más allá de lo esperado, la habilidad inventiva,
cae a veces en la perversidad, otras, le salen bien empresas
nobles". Cara o cruz. Sólo que Sófocles
se maravillaba, en aquel entonces, porque el humano "fatiga
la indestructible calma de la más sublime de las
diosas, la Tierra, pues año tras año, ayudado
por el arado y su caballo, la remueve en una y otra dirección"
¿Qué diría hoy, el coro de Antígona,
si viviera en nuestro paisaje de máquinas, laboratorios
y computadoras?.
Pero volvamos al gen. En cada ser humano hay aproximadamente
100.000 genes, del cual por ahora sólo conocemos
el 5%. Merced al "Proyecto Genoma Humano" (internacional,
con base en los EE.UU.) en el año 2020 tendremos
completamente dibujado nuestro "mapa íntimo"
Si
el "Proyecto Manhatann" culminó en 1945
con la primera explosión nuclear (Hiroshima), ¿qué
"explotará" -equivalentemente- al terminar
de conocerse el genoma humano?
¿Qué "leeremos" en ese metro de
ADN, cuya información equivale a una biblioteca
de mil volúmenes? Por ahora los nuevos dioses clonantes
nos han advertido algo: sólo podrán disfrutar
de los resultados totales del proyecto los países
que hayan contribuido a financiarlo.
Una vez más se impone la lógica del mercado
y los intentos de la UNESCO por declarar al conocimiento
del genoma humano "patrimonio de la humanidad"
es bastante probable que deban ceder ante ella.
Como ocurre con el resto de este "banquete tecnológico
universal" los pobres deberán espiar por la
ventana.
LAS
NUEVAS REALIDADES
A
pesar de que por ahora sólo conocemos el 5% del
genoma, los avances de la ingeniería genética
y de la biotecnología son de tal magnitud, que
los hombres de pensamiento -filósofos y psicoanalistas
incluidos- tienen con qué "entretenerse".
Por cierto que si no deciden desentenderse a priori de
lo que realmente está pasando; o bien, lo que es
lo mismo, intentar comprenderlo reduciéndolo a
las viejas teorías conocidas.
Actitudes explicables por la angustia que lo realmente
nuevo provoca, pero equivalentes a una suerte de suicidio
cultural. También en esto es necesario superar
la fácil indignación y condena "moral"
que tampoco explica nada y, a veces, hasta llegan a obturar
el acceso a un auténtico planteo ético.
Aceptar el desafío de pensamiento, que supone estas
nuevas realidades que la "era infobiónica"
nos hace, implicará el ejercicio de una enorme
ductilidad (para reajustar el bagaje conceptual que ya
tenemos) y una lúcida imaginación (para
crear y decir las palabras todavía no pronunciadas
e imposibles de pronunciar antes de ahora).
En esto, aquel espíritu de "serenidad"
(Gelassenheit) de que nos hablaba Heidegger tiene el valor
de una indicación válida. Pero sólo
eso, nuestra realidad es ya mucho más abismal que
la presentida por él en 1955.
Lo mismo vale para otros pioneros contemporáneos
en esto de "pensar la técnica": la vorágine
del cambio ensanchó todavía más el
terreno de lo no pensado, ni siquiera presentido.
Permítasenos apenas esbozar -para concluir- algunas
de esas nuevas realidades que la revolución científico-tecnológica
(aplicada a la vida humana), convoca al diálogo
(debate) con el pensamiento. No son las únicas,
ni acaso las más importantes, pero sin duda "dan
que pensar".
Comencemos por la procreación artificial, o sea
por la posibilidad del divorcio absoluto entre procreación
y relación sexual, mediante el reemplazo del acto
sexual por un trabajo de laboratorio. Lo que comenzó
tímidamente como "fecundación asistida"
(ayuda médica contra la esterilidad de la pareja),
siguió por caminos cada vez menos controlables.
A la sencilla "inseminación artificial"
(entre cónyuges y a su solicitud), sucedió
la "hétero-inseminación" (posibilidad
de inseminar a la mujer con el esperma de un donante cualquiera)
y finalmente los " bancos de esperma, tal cual era
de esperar en la inexorable lógica del mercado
(cuya contrapartida, en el otro extremo de la existencia,
son los "bancos de órganos que reciclan -a
su modo- el cadáver en la vida). En el comienzo
y en el final, también nos espera un "banco",
de curiosa "cuenta corriente".
Avanzando con pies de paloma, la sofisticación
de la "procreación artificial", nos llevo
a una tercera etapa: el "convenio de procreación
por cuenta ajena". Aparece aquí la "madre
sustituta", inseminada con el esperma del padre,
que al nacer entrega su producto (bebé) a la "madre
estéril". Por si este desdoblamiento de la
figura de la madre no fuera ya suficientemente complejo,
para evitar las disputas frecuentes entre las dos "madres",
se concibió la posibilidad -ya concretada en dos
casos- de utilizar como "madre portadora" a
la futura abuela, quien llevaría en su seno a los
hijos de su propia hija (caso "Pat Anthony, Sudáfrica
1987 y "Arlette Schweitzer"(EE.UU. 1991).
Quedaron así constituidas las dos primeras familias
literalmente anómalas (tecnológicas) sobre
la superficie del planeta en lo que a lazos biopsicológicos
se refiere: las parturientas terminaron siendo abuelas
de sus propios hijos; las madres biológicas -es
decir, sus hijas- son simultáneamente hermanas
de sus hijos y los respectivos padres se convirtieron
en cuñados de sus vástagos. Lo que hasta
ahora sólo sucedía en el diván del
psicoanalista, como "inversión y sustitución
de roles", ha materializado el imaginario en el campo
de lo real. Por cierto que con el tiempo vendrá
la "cultura" a reparar lo que se hizo contra
la naturaleza, pero la posibilidad del incesto tecnológico
y de la filiación artificial merecen comenzar a
ser pensadas.
Cuando
el sencillo "ser-hijo-de" deja de serlo, lo
abismal emerge. Y si se quiere complicar más la
cosa, agréguese la filiación posmortem ("caso
Parpalaix"(Francia 1984), es decir, la inseminación
artificial de una viuda con el esperma de su marido ya
muerto (obtenido mientras vivía): Cuyo resultado
son niños huérfanos antes de nacer, una
orfandad tecnológica hasta ahora imposible. En
todos estos casos, la ciencia del Derecho, después
de desesperar, inventa una nueva figura. El resto mira.
a esta realidad de la "familia de laboratorio",
agréguese este "inquietante" entorno
más general: 1984, primera patente comercial concedida
en EE.UU. sobre un mamífero "creado"
en laboratorio por ingeniería genética (el
ratón "myc" (propiedad de los laboratorios
Du Pont); 1988, propuestas y estudios para gestar bebés
en mujeres descerebradas, que luego de servir como "incubadoras
vivientes" lo harían para transplantes de
órganos (Paul Gerber, Universidad de Queensland,
Australia); l990, después de treinta años
de búsqueda se anuncia el descubrimiento del gen
que determina el sexo en el ser humano (Peter Goodfellow,
Inglaterra); Menos de un año después -en
mayo de 1991- científicos ingleses logran el primer
cambio genético de sexo en la historia (inyectaron
un gen determinante del sexo masculino en un embrión
de ratón hembra).
Dos hechos más del año que ahora termina:
grandes progresos con experimentos genéticos en
los EE.UU. sobre embriones humanos de tan sólo
tres días de vida, lo cual abre la posibilidad
de que los padres decidan las características genéticas
de sus hijos y desechen los embriones "con deficiencias"
(Facultad de Medicina de Norfolk). Finalmente (septiembre
de 1991): anuncio oficial de científicos australianos
(Hospital Femenino Real de Melbourne) de congelamiento
exitoso de óvulos para su posterior fertilización
en tubo. Consecuencia: la menopausia deja de ser un límite
y se puede ser "mamá" a cualquier edad.
En síntesis:
1º)
ya no es la Naturaleza, sino el laboratorio, quien regula
quién puede y quién no ser "madre";
2°) ya no hay un "tiempo" para ser madre
o padre (ni la menopausia, ni la muerte son límites);
3°) la "filiación natural" sufre
ya las borraduras de una supuesta "filiación
artificial".
4°) el "incesto tecnológico" resquebrajó
el viejo tabú. Y para manejar todo esto existen
ya dos mercados y sus respectivos "bancos":
el de la muerte y el de la vida.
Una
nueva hýbris nos alienta: todo lo que es posible,
está permitido. ¿Qué sophrosýne
avendrá como contrapeso de esta "era infobiónica"?
La
revolución del átomo encontró la
suya en el terror planificado de la mutua destrucción
(eufemísticamente llamada, "disuasión
nuclear") y hoy incluso el "orden bipolar"
que la sustentaba parece tambalear: ¿cuál
es su equivalente para los "dioses clonantes"?
¿A qué le tienen terror?, ¿Qué
"prohibiciones" puede y debe soportar el ascenso
al escalón final de la Vida y sus alternaciones?,
¿Quién y en nombre de qué puede hacer
valer la nueva "Ley"? ¿Quién "manda"
en esta nueva época y quién "acepta"?
Preguntas que el "dios muerto" obviamente ya
no puede contestar y que los "clonantes" parecen
no querer hacerse. Pero ¿sino ahora, cuándo?.
Mario
Casalla
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