Partimos
de un intento de determinar positivamente tal como puede
aparecer en un pensamiento situado- el desprestigiado
concepto de comunidad. Prometimos sólo la parte
preliminar de la tarea, el rastreo filosófico-histórico
de la noción, lo cual nos obligó a seguir
un camino sinuoso a través de otros conceptos -público
y privado, universalidad, sociedad, Estado, sistema mundial-.
Anunciamos también que la perspectiva histórica
y conceptual iba a terminar necesariamente trayéndonos
a la problemática contemporánea, para indagar
la realidad y la posibilidad peculiares que tiene lo que
hoy llamamos comunidad. Llegados a este punto, sólo
podemos, hoy por hoy, esbozar indicaciones. Falta, por
supuesto, el desarrollo teórico ulterior. Pero
hay que ver si la cosa misma nos lo permite.
El resultado de nuestra indagación señala,
parece, que estamos en el momento de la historia mundial
en que los problemas de los que partimos -las mismas palabras
que los designan: la Ciudad, la Nación, el Estado,
lo público y lo privado, la comunidad, la sociedad
y el individuo- van perdiendo sentido.
Planteábamos la apertura hacia una filosofía
política (explícita) original, pero pareciera
que lo político mismo, al cabo de un progresivo
empobrecimiento, camina hacia su abolición. Y sin
embargo, es en este contexto donde podemos, por fin, encontrar
el sentido contemporáneo -esto es, la realidad-
de la noción de comunidad: en el fenómeno
de que dentro del sistema mundial, pero como sus márgenes,
existen y persisten pueblos "concretos" que
ese sistema no ha terminado de fagocitar y a los que ve
-ya que concebir una verdadera alteridad le resulta intrínsecamente
imposible como sus meros arrabales. De hecho, es cierto
que esos pueblos forman (formamos) sus márgenes.
El movimiento espiritual los ha encontrado en distintos
momentos de su despliegue y los ha englobado.
Pero también es cierto que son verdaderas alteridades,
porque la imperfección del Espíritu (que
no es lo que cree ser), si bien se los opuso, no los ha
puesto en realidad. Y ellos se afirman en sí, resisten.
Es tarea urgente de esa filosofía política
original la determinación del transitado (y hoy,
parece, también démodé) concepto
de "pueblo", usado imprecisa y a veces sólo
emocionalmente. Ello no puede hacerse sino en el marco
de una interpretación de nuestra realidad histórico-política
que despeje a fondo equívocos no casuales acerca
de todos los conceptos fundamentales (Nación y
Estado en primer término) y dé luego cuenta
original de ellos (o encuentre, o invente, los que sean
adecuados).
Aquí llamamos pueblos a las configuraciones histórico-políticas
y ontológicas que se mantienen como una apertura
de Mundo propia dentro del, pero frente al sistema mundial.
Este mantenerse es posible en la medida -y sólo
en la medida- en que no haya penetrado en el interior
de ese propio horizonte esencial la Disociación
del sistema agresor; esto es, en la medida en que los
pueblos siguen siendo comunidades.
Esos pueblos (más allá de las complejas
peculiaridades de cada caso) experimentan hoy, tal vez,
su peor momento, en que parece inminente su disolución
final en el sistema, según metodologías
-conjuntas o alternativas- que podrían ir desde
el más sofisticado control mundial de la información,
pasando por formas de dependencia clásicas o nuevas
(de las que el endeudamiento de los Estados es el mejor
ejemplo) hasta el liso y llano exterminio.
Conocemos de sobra las afirmaciones ya seculares, y hoy
más que nunca renovadas en distintos modos de la
seducción, acerca de la inevitabilidad (y con ello,
y pese a la brutalidad secular de los hechos, de la deseabilidad)
del dominio mundial de la sociedad abstracta. A pesar
de todo, esa realidad de lo comunitario se mantiene, y
con ella la posibilidad sigue abierta.
Está por verse todavía si estos últimos
límites que encuentra aún el poder racional
planetario serán disueltos en su movimiento, o
si el Mundo ocultaba, y puede hacer emerger justo en el
momento en que parece coincidir con el planeta, una posibilidad
no espiritual que aparece in extremis como verdadero límite
y verdadera alteridad de ese poder, y así, como
otra posibilidad, no sólo de estos pueblos, sino
de la historia planetaria.
Porque esta posibilidad tendrá que desarrollarse
en el marco de la historia mundializada de hecho, ya que
nada está hoy fuera de ella y estos pueblos no
son tampoco un ser otro que caiga al margen de su movimiento.
(No son como tal vez hayan sido vistos, o lo sean aún,
desde el Centro, "naturaleza"; y la Naturaleza
- y otra vez tiene razón Hegel- fue ya mundial-
mente superada por el Espíritu). Por esto mismo
el status histórico de los pueblos en los que,
frente al sistema abstracto mundial, se preserva de distintos
modos la realidad de la comunidad, es ambiguo y paradójico.
Y es una paradoja que tenemos que aferrar y mantener antes
de querer resolverla unilateralmente.
Preservarse en la alteridad no puede querer decir un imposible
ponerse fuera del sistema, sino responder a la negación
que éste hace de la propia positividad, negación
que, así como no nos permite -como a los románticos-
la nostalgia de la armonía de la polis, no nos
permite ni la mera nostalgia de un pueblo que en la agresión
se conservara intacto.
No se elige entrar o no en el sistema mundial, porque
nos incluye, sea como objetos pasivos de un dominio, sea
como quienes responden a la agresión. La respuesta
a esa negación es, a su vez, una negación.
Pero esto no es una "superación".
Con ello, un pueblo ha incorporado en sí mismo
a lo otro porque su misma afirmación -su mera existencia-
pasa a depender de su capacidad de negar, esto es, de
resistir). Sobre todo, su respuesta lo obliga a reconocer
el horizonte del agresor, y en su incorporación
a la historia planetaria todo pueblo tiene que volverse,
de algún modo, "espiritual" a la vez
que no lo es con respecto a sí mismo. La planetarización
de la historia hace que ningún pueblo pueda constituirse
como un proyecto particular, sino que está obligado
a ser, si no "universal" planetario, e inscribirse
en el nivel mundial de la historia para poder mantenerse
y afirmarse en ella. Es la paradoja y la ambigüedad
de estar girando en la Rueda del movimiento espiritual
mundial y a la vez, de ser una Piedra que el Espíritu
no pueda tragar.
Lo que se trata de ver es si, en esta oposición,
el poder que los pueblos puedan generar es de la misma
índole que el del sistema -es decir, si en la oposición
a él tienden a incluirse dentro de él, que
es el mejor modo de que el sistema triunfe, al devorarlos
en la apariencia de una independencia engañosa-
o si se busca un poder distinto, afirmativo y positivo.
Y aquí reaparece la cuestión de las posibilidades
de la historia -esto es, necesariamente, de la historia
mundial-. Permítasenos cerrar este trabajo con
una reflexión que no se avergüenza de parecer
utópica. ¿Cabría la posibilidad -si
no creemos fatal e inevitable el dominio final del sistema
de poder abstracto, aun sabiendo todas las dificultades-
de proyectar una inversión del signo de la planetarización
(a partir del modo limítrofe en que los pueblos
son y no son "espirituales"), inversión
desde la cual pudiera pensarse, como alternativa histórica,
una cultura mundial "positiva" que encarnaría,
no en un "ámbito planetario" en la "aldea"
o la "ciudad global" en una "sociedad mundial"
etc., sino en una comunidad internacional. En ella todo
pueblo sería un pueblo histórico, en otro
sentido que el hegeliano: no aquel que lleva la antorcha
de la Razón, único entre y contra todos,
sino que su proyecto, "particular" y "concreto"
ha de encontrar el modo de poder ser referido a la totalidad.
Esto supone que en el ámbito planetario pueden
caber distintos proyectos, que no necesitarían
afirmarse de un modo imperialista o hegemónico,
sino a través de la significatividad de cada uno
para los otros y del reconocimiento mutuo, lo que los
haría a la vez "peculiares" y "planetarios".
Y supone la admisión, en esta peculiar universalidad,
que no sería un universal "lógico"
sino "fáctico" de una finitud que contrasta
con la pretendida infinitud del sistema. Y este reconocimiento
de lo comunitario elevado al ámbito del planeta
quizá sea una -o la última- posibilidad,
para este mundo planetario, de superar el horizonte ontológico
y fáctico de la nihilidad.
Armando Poratti
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