Serán
abundantes, sin duda, las aplicaciones prácticas
de la fabricación de vacunas, cuando se haya perfeccionado
la creación de anticuerpos monoclonales. Éstos,
en el desarrollo de vacunas nuevas, ofrecen un medio excelente
para aislar determinados antígenos cuyas estructuras
proteínicas pueden luego determinarse y utilizarse
como planos para construir el gen del antígeno.
Estos antígenos, ensamblados dentro de Escherichia
coli, pueden producirse en grandes cantidades e incorporarse
a las vacunas. Ruth y Víctor Nussenzweig de la
Universidad del Estado de Nueva York, utilizaron de este
modo los anticuerpos monoclonales para aislar los antígenos
superficiales del estadio infeccioso del parásito,
que se encuentra en las glándulas salivales del
mosquito y propaga la malaria, y con ello prepararon una
vacuna.
Su
trabajo despertó una interesante polémica
moral. La universidad buscó intensamente durante
mucho tiempo, y sin gran éxito, un socio comercial
dispuesto a explotar este hallazgo, y que quisiese aceptar
las condiciones impuestas por sus socios, la Organización
Mundial de la Salud y la Agencia de los EE.UU. para el
Desarrollo Internacional.
Estas dos organizaciones de ayuda querían disponer
de una vacuna barata destinada al Tercer Mundo, y no de
un lucrativo negocio que atrajera el apoyo comercial.
Las vacunas no existen para muchas enfermedades tercermundistas,
como cólera, malaria, esquistosomiasis, hepatitis,
enfermedad del sueño; o bien son tan caras que
no se desarrollan porque no proporcionan ganancias suficientes.
Sin embargo, en los países ricos no faltan compañías
interesadas en trabajar con la tecnología del hibridoma
para diagnosticar enfermedades occidentales. Las enfermedades
infecciosas y el cáncer son dos objetivos obvios.
Ciertas células cancerosas arrojan a la sangre
proteínas anormales llamadas "indicadores
de tumor" Cuando se han identificado estos indicadores,
resulta relativamente sencillo crear anticuerpos monoclonales
que los combatan, y que podrían incorporarse a
equipos básicos de diagnóstico.
A principios de la década de 1980, Centocor era
una de las casi dos docenas de empresas que comercializaban
los ACM, en este caso una compañía de hibridomas
establecida en Filadelfia, que vendía equipos de
diagnóstico para captar los primeros síntomas
de cáncer de páncreas y colon.
La tecnología de los ACM se desarrolló rápidamente
con la presión de la competencia comercial; y los
años 1982 y 1983 presenciaron una gran afluencia
de productos en el mercado.
En marzo de 1983, Celltech, la única compañía
británica de ingeniería genética,
lanzó una serie de equipos de diagnóstico
basados en los ACM para determinar el grupo sanguíneo;
y en junio de 1983, la Administración Estadounidense
de Alimentación y Fármacos dio licencia
a otra empresa más pequeña, Qeidel Medical
Biology Institute, de La Jolla, en California, para que
efectuara las primeras ventas al público de un
producto basado en los ACM. Era una prueba del embarazo
de uso personal que podía aplicarse dos días
después de haberse interrumpido la menstruación:
detectaba la hormona del embarazo en la orina, y en veinte
minutos daba resultado mediante un cambio de color. (...)
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