¿Qué
hay, pues, de realmente nuevo en la biotecnología?
Vivimos en una era que ha visto convertirse el espacio
en patio de recreo del hombre, y aumentar la esperanza
de vida en veinte años, y damos casi por sentado
que la cornucopia de la ciencia y la tecnología
seguirá ofreciendo sus productos sin fin. En ese
sentido no nos sorprenden los milagros de la biotecnología.
¿Por qué, entonces, moderados funcionarios
predicen que la biotecnología "revolucionará"
nuestra sociedad, escépticos economistas que es
la próxima "revolución industrial",
y prudentes analistas de mercado que es la industria "naciente"?
Imaginemos un gran rancho lleno de ganado idéntico,
cuya vida comenzó en la probeta de un laboratorio.
Imaginemos una explotación agraria que fabrica
sus propios fertilizantes y combate por sí misma
sus plagas. Imaginemos la sustitución de miles
de vastas extensiones de verde caña de azúcar,
caucho y tabaco por pulcras fábricas del tamaño
de campos de fútbol, llenas de relucientes tinas
de acero.
Estas son algunas de las maravillas de la biotecnología
aplicada a la agricultura. En este mundo al revés,
el cereal se emplea como combustible y el combustible
se convierte en alimento.
Incluso puede llegar a gustarnos un "solomillo"
fabricado biotecnológicamente con un pariente del
champiñón.
Consideremos también el deprimente mundo de la
enfermedad humana.
En este ámbito, las nuevas tecnologías genéticas
nos permiten, por primera vez, desentrañar los
enmarañados procesos que se producen dentro de
la célula cuando la enfermedad altera el delicado
equilibrio químico. Incluso el misterio que envuelve
al cáncer está cediendo ante tan precisa
exploración científica.
Para nosotros, la verdadera importancia de la biotecnología
consiste en que da a conocer la posibilidad de una forma
de tratar la enfermedad más natural, sensible e
incluso eficaz.
La ingeniería genética nos permite, en primer
lugar, crear grandes cantidades de sustancias naturales
escasas para tratar una amplia gama de enfermedades, desde
los resfriados al cáncer; antes, esas sustancias
sólo podían obtenerse en cantidades exiguas.
Estos mismos instrumentos moleculares pueden ayudar a
las firmas farmacéuticas a diseñar fármacos
por encargo, basándose en un nuevo y más
detallado conocimiento de los procesos de la enfermedad.
Trasladar un fármaco desde el banco de laboratorio
al mercado cuesta a estas empresas 40.000.000 de dólares,
y es lógico que deseen eliminar los años
de costosas pruebas a gran escala, necesarias para crear
las pociones actuales; pociones que a veces siguen siendo
ineficaces.
No sólo se trata de elaborar, sino de afinar la
puntería. Los biólogos moleculares están
ya pensando en la manera de construir fármacos
que "aborden" exclusivamente enemigos concretos
y luchen contra ellos, ya sean microbios invasores o insidiosas
células tumorosas. Estos fármacos, que atacarían
sólo determinados objetivos, no perjudicarían
tanto los tejidos sanos vecinos, y de este modo se eliminarían,
o al menos se reducirían, los debilitadores efectos
secundarios que presentan los preparados actuales.
No obstante, lo más importante es que los médicos
ya no necesitan productos químicos muy tóxicos
para curar la enfermedad.
Armados ahora con conocimientos infinitamente mejores
sobre el sistema de defensa del cuerpo humano, pueden
también apoyar sutilmente, con fármacos
más suaves, el propio sistema inmunológico
del cuerpo, en formas que se adapten a las necesidades
del paciente.
En estos dos ámbitos la agricultura y el tratamiento
de las enfermedades humanas- podemos hacernos una idea
del poder de la biotecnología. Pero siempre debemos
tener presente que el objetivo de la biotecnología
es precisamente entrometerse en la vida. Se ocupa de someter
los organismos vivos a nuestra voluntad, y utiliza instrumentos
genéticos para controlar y redirigir la propia
energía de la vida. Para conseguir esto de un modo
eficaz debemos comprender más cosas sobre estos
procesos vitales, y por lo tanto aprender más sobre
nosotros mismos. Aun en el caso de que ninguno de los
sueños se hiciese realidad, éste sería
sin duda el mayor legado de la biotecnología a
la raza humana.
Como vimos anteriormente, Stanley Cohen y Herbert Boyer
elaboraron, en un encuentro en Hawai en 1972, el proceso
básico del ensamblaje de genes, que iba a modificar
la biotecnología "tradicional" de siglos
de antigüedad centrada en la fermentación
y en los antibióticos.
Ahora el procedimiento es tan rutinario que puede aplicarlo
cualquier estudiante universitario con unos cuantos días
de aprendizaje.
En 1983, diez años después de este encuentro,
la lista de genes humanos ensamblados dentro de bacterias
llegaba casi al centenar. Citaremos unos pocos ejemplos:
la hormona del crecimiento humano, que controla el desarrollo
de los huesos largos; el interferón, el "milagroso"
agente contra el cáncer; la insulina, cuyas inyecciones
diarias mantienen a los diabéticos; los factores
sanguíneos VIII y IX, utilizados para tratar a
los hemofílicos, que generalmente se obtienen de
la sangre de voluntarios y, por lo tanto, se corre el
riesgo de que transmitan hepatitis y SIDA, el síndrome
"homosexual"; y agentes anticoagulantes, como
la uroquinasa y el activador plasminógeno de tejidos
(APT), que ofrece nuevas perspectivas en el control de
las enfermedades cardíacas. A esta lista debemos
añadir una extensa gama de componentes cuya participación
en un cuerpo humano normal y saludable apenas comenzamos
a comprender. Las citoquinas y las linfoquinas son dos
miembros de una gran familia de sustancias que participan
en el control del sistema inmunológico. Los neuróptidos,
como las endorfinas y las encefalinas, que se han venido
llamando los narcóticos propios del cuerpo, podrían
sustituir a los habituales productos químicos que
modifican el estado anímico; mientras que otras
hormonas cerebrales -la estimuladora de los melanocitos,
por ejemplo- podrían ayudar a tratar los desórdenes
psíquicos al aumentar el período de atención
y la memoria.
Las técnicas combinadas de la biotecnología
encuentran un lugar especial en el tratamiento de las
enfermedades infecciosas. La producción de vacunas,
la cenicienta de la industria farmacéutica, podría
reformarse por completo. Las vacunas corrientes se preparan
a partir del propio microorganismo, muerto o mutilado,
es decir, atenuado para que resulte inofensivo.
Después de la inyección, determinados grupos
de moléculas que sobresalen de la superficie del
microbio, llamados "antígenos" desencadenan
la producción de anticuerpos. Éstos se unen
a los antígenos, enviando señales químicas
de peligro a otras partes del cuerpo, e identificando
el microbio para destruirlo mediante otros componentes
del sistema inmunológico; y luego se quedan en
la circulación durante años.
A pesar del elevado nivel de dominio técnico que
presentan las vacunas actuales, sigue habiendo problemas
con los preparados convencionales que la biotecnología
podría resolver. Las vacunas convencionales, si
no están correctamente preparadas, pueden ser por
sí mismas peligrosos transmisores de enfermedades.
En muchos casos, no protegen contra las diversas cepas
del patógeno; y a menudo, las vacunas preparadas
no son lo bastante estables para conservarse sin refrigeración,
por ejemplo, en zonas del Tercer Mundo. Hay, pues, una
serie de compañías que trabajan con un éxito
variable en vacunas de fabricación genética
contra los virus de la gripe, la polio, la hepatitis B
y el herpes. Las vacunas tan sólo consisten en
los antígenos de superficie purificada, ensamblados
en el interior de bacterias. Estas vacunas "subunitarias"
carecen del núcleo ADN del microbio, de manera
que no pueden multiplicarse y son inofensivas.
Por supuesto, tantas posibilidades hay de suprimir genes
como de añadirlos, y en 1984 se puso a prueba sobre
el terreno una aplicación práctica de esta
idea. En otoño, cuando las temperaturas del aire
descienden por debajo de un punto crítico, las
bacterias invaden las células de los tejidos blandos
de células sensibles, como los tomates o los cítricos.
Una vez en su interior, segregan una proteína alrededor
de la cual se forman y crecen cristales de hielo, que
resquebrajan los tejidos celulares de la planta y provocan
los llamados daños por congelación.
Dos investigadores de la Universidad de California en
Los Ángeles abordaron el problema suprimiendo el
gen que codifica la proteína "simiente"
en las bacjerias "hielo minus" principales causantes
del daño. Aunque estas bacterias fabricadas genéticamente
a partir de las familias Pseudomonas y Erwinia continuaran
invadiendo las células vegetales, los cristales
de hielo no podían formarse sin la proteína
"simiente".
Si las pruebas prácticas sobre el terreno demostrasen
que estas bacterias eran lo bastante robustas para soportar
la dura competición de las bacterias normales del
exterior, tales rociadas bacterianas podrían ahorrar
a los recolectores de frutas y verduras una cifra calculada
en 1500 millones de dólares anuales y desplazar
el límite superior de las regiones productoras
de cítricos centenares de kilómetros hacia
del Norte.
Genentech y Biogen no eran más que dos compañías
biotecnológicas que perfeccionaron las técnicas
de barajar genes para crear proteínas totalmente
nuevas. Genentech lo consiguió con la máxima
eficacia al juntar un tipo de interferón alfa (hay
veinte en total) a otro y producir nuevos interferones
híbridos más poderosos.
Sin embargo, la idea de reunir estructuras de ADN totalmente
nuevas a partir de sus bloques químicos constructivos
permite a los científicos explorar una gama mucho
mayor de combinaciones nuevas. Significa también
que podrían, por primera vez, construir genes por
encargo.
Al principio, los científicos creaban genes en
el banco de trabajo del laboratorio. Al fin y al cabo,
el ADN era un compuesto químico más, no
tan complicado como otros, consistente en cuatro sencillos
bloques constructivos (adenina, guanina, citosina y timina)
que podía obtenerse con facilidad y comprarse a
bajo precio.
A fines de la década de 1970 se había elaborado
ya el procedimiento químico para reunirlos en un
orden deseado. Un científico podía reunir
veinte bloques constructivos y crear un fragmento de gen
de la noche a la mañana.
Sin embargo, esto no era sino una pequeña parte
de un gen entero, que normalmente mide un par de centenares
de unidades de longitud.
Quedaba entonces la aburrida tarea de "coser"
estos segmentos entre sí, con otra serie de reacciones
químicas.
Hábiles ingenieros químicos, entre los que
se destaca Leroy Hood, del Instituto de Tecnología
de California, incorporaron la química del banco
de trabajo a una serie de "máquinas de genes"
que los atareados científicos, no tan entrenados
en química, podían comprar para crear fragmentos
de gen. Estas máquinas, que valían unos
40.000 dólares, llegaban completas, con las necesarias
sustancias químicas y un programa en disco de ordenador
para "orquestar" la construcción de la
molécula, que podía modificarse según
las necesidades individuales.
En 1984 los modelos creados por compañías
como vega, de Tucson, Arizona, tardaban más o menos
una hora en coser un pequeño segmento.
Mientras la revolución de la ingeniería
genética avanzaba entre ruidos y ovaciones, otro
descubrimiento igualmente trascendental, realizado esta
vez en Gran Bretaña, iba tomando impulso silenciosamente.
Un caluroso día de agosto de 1975, César
Milstein, un nervudo científico argentino huido
de la represión política en los años
sesenta, y Georges Kóhler, un laborioso alemán,
dieron a conocer el primer experimento con anticuerpos
monoclonales creados por un único tipo de célula
viva, el "hibridoma". Sus experimentos cambiaron
el curso de la investigación médica.
Para comprender la importancia de los hibridomas y de
su producto, los anticuerpos monoclonales, debemos explicar
de qué modo ayudan los anticuerpos normales a defender
el cuerpo contra las enfermedades. Si los microbios invasores
consiguen abrirse paso en la piel o en las membranas protectoras
de la nariz y de otros orificios, su presencia dentro
del cuerpo desencadena una compleja serie de fenómenos
que culminan en su destrucción. El primer paso
decisivo es que los anticuerpos reconozcan que el invasor
es un extraño que debe ser destruido.
Los anticuerpos son complicadas proteínas de cuatro
cadenas, que se generan en la médula del hueso
y en el timo, una glándula situada bajo la laringe.
Los anticuerpos se adhieren a la pared exterior del invasor,
y envían señales químicas de alarma
por el torrente sanguíneo para activar la segunda
línea de defensa. (... )
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