Dios
ha creado al hombre a su imagen y semejanza: "varón
y mujer los creó" (Gn 1,27), confiándoles
la tarea de "dominar la Tierra" (Gn 1,28).
La investigación científica, fundamental
y aplicada, constituye una expresión significativa
del señorío del hombre sobre la creación.
Preciosos recursos del hombre cuando se ponen a su servicio
y promueven su desarrollo en beneficio de todos, la ciencia
y la técnica no pueden indicar por sí solas
el sentido de la existencia y del progreso humano. Por
estar ordenadas al hombre, en el que tienen su origen
y su incremento, reciben de la persona y de sus valores
morales la dirección de su finalidad y la conciencia
de sus límites.
Sería por ello ilusorio reivindicar la neutralidad
moral de la investigación científica y de
sus aplicaciones. Por otra parte, los criterios orientadores
no se pueden tomar ni de la simple eficacia técnica
ni de la utilidad que pueden reportar a unos a costa de
otros, ni, peor todavía, de las ideologías
dominantes. A causa de su mismo significado intrínseco,
la ciencia y la técnica exigen el respeto incondicionado
de los criterios fundamentales de la moralidad: deben
estar al servicio de la persona humana, de sus derechos
inalienables y de su bien verdadero e integral según
el plan y la voluntad de Dios.
El rápido desarrollo de los descubrimientos tecnológicos
exige que el respeto de los criterios recordados sea todavía
más urgente; la ciencia sin la conciencia no conduce
sino a la ruina del hombre.
"Nuestro tiempo, más que los tiempos pasados,
necesita de esa sabiduría para humanizar más
todas las cosas nuevas que el hombre va descubriendo".
Está en peligro el destino futuro del mundo, a
no ser que surjan hombres más sabios".
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