El
don de la vida, que Dios Creador y Padre ha confiado al
hombre, exige que éste tome consciencia de su inestimable
valor y lo acoja responsablemente. Este principio básico
debe colocarse en el centro de la reflexión encaminada
a esclarecer y resolver los problemas morales que surgen
de las intervenciones artificiales sobre la vida naciente
y sobre los procesos procreativos.
Gracias al progreso de las ciencias biológicas
y médicas, el hombre dispone de medios terapéuticos
cada vez más eficaces, pero puede también
adquirir nuevos poderes, preñados de consecuencias
imprevisibles, sobre el inicio y los primeros estadios
de la vida humana.
En la actualidad, diversos procedimientos dan la posibilidad
de intervenir en los mecanismos de la procreación
no solo para facilitarlos, sino también para dominarlos.
Si tales técnicas permiten al hombre "tener
en sus manos el propio destino", lo exponen también
"a la tentación de transgredir los límites
de un razonable dominio de la naturaleza". Por eso,
aun cuando tales técnicas pueden constituir un
progreso al servicio del hombre, al mismo tiempo comportan
graves riesgos. De ahí que se eleve, por parte
de muchos, una llamada urgente a salvaguardar los valores
y los derechos de la persona humana en las intervenciones
sobre la procreación.
La demanda de luz y de orientación proviene no
sólo de los fieles sino también de cuantos
reconocen a la Iglesia, "experta en humanidad",
una misión al servicio de la "civilización
del amor" y de la vida.
El magisterio de la Iglesia no interviene en nombre de
una particular competencia en el ámbito de las
ciencias experimentales. Al contrario, después
de haber considerado los datos adquiridos por la investigación
y la técnica, de sea proponer, en virtud de la
propia misión evangélica y de su deber apostólico,
la doctrina moral conforme a la dignidad de la persona
y a su vocación integral, exponiendo los criterios
para la valoración moral de las aplicaciones de
la investigación científica y de la técnica
a la vida humana, en particular en sus inicios.
Estos criterios son el respeto, la defensa y la promoción
del hombre, su "derecho primario y fundamental"
a la vida y su dignidad de persona, dotada de alma espiritual,
de responsabilidad moral y llamada a la comunión
beatífica con Dios.
La intervención de la Iglesia, en este campo como
en otros, se inspira en el amor que debe al hombre, al
que ayuda a reconocer y a respetar sus derechos y sus
deberes. Ese amor se alimenta del manantial de la caridad
de Cristo: a través de la contemplación
del misterio del Verbo encarnado, la Iglesia conoce también
el "misterio del hombre"; anunciando el Evangelio
de salvación, revela al hombre su propia dignidad
y le invita a descubrir plenamente la verdad sobre sí
mismo. La Iglesia propone la ley divina para promover
la verdad y la liberación.
Porque es bueno, Dios da a los hombres para indicar el
camino de la vida- sus mandamientos y la gracia para observarlos;
y también porque es bueno, Dios ofrece siempre
a todos para ayudarles a perseverar en el mismo camino-
su perdón.
Cristo se compadece de nuestras fragilidades: él
es nuestro Creador y nuestro Redentor. Que su Espíritu
abra los ánimos al don de la paz divina y a la
inteligencia de sus preceptos
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