El
ser humano ha de ser respetado -como persona- desde el
primer instante de su existencia.
Los procedimientos de fecundación artificial han
hecho posible intervenir sobre los embriones y los fetos
humanos con modalidades y fines de diverso género:
diagnósticos y terapéuticos, científicos
y comerciales.
De todo ello surgen graves problemas. ¿Cabe hablar
de un derecho a experimentar sobre embriones humanos en
orden a la investigación científica?
¿Qué directrices o qué legislación
se debe establecer en esta materia?.
La respuesta a estas cuestiones exige una profunda reflexión
sobre la naturaleza y la identidad propia -se habla hoy
de "estatuto"- del embrión humano.
La Iglesia, por su parte, en el Concilio Vaticano II,
ha propuesto nuevamente a nuestros contemporáneos
su doctrina constante y cierta, según la cual "la
vida ya concebida ha de ser salvaguardada con extremos
cuidados desde el momento de la concepción.
El aborto y el infanticidio son crímenes abominables"
"Más recientemente, la Carta de los derechos
de la familia, publicada por la Santa Sede, subrayaba
que "la vida humana ha de ser respetada y protegida
de modo absoluto desde el momento de su concepción".
Esta Congregación conoce las discusiones actuales
sobre el inicio de la vida del hombre, sobre la individualidad
del ser humano y sobre la identidad de la persona. A ese
propósito recuerda las enseñanzas contenidas
en la Declaración sobre el aborto procurado: "Desde
el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura
una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre,
sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí
mismo. Jamás llegará a ser humano si no
lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre...
la genética moderna otorga una preciosa confirmación.
Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado
el programa de lo que será ese viviente: un hombre,
este hombre individual con sus características
ya bien determinadas.
Con la fecundación inicia la aventura de una vida
humana cuyas principales capacidades requieren un tiempo
para desarrollarse y poder actuar".
Esta doctrina sigue siendo válida y es confirmada,
en el caso de que fuese necesario, por los recientes avances
de la biología humana, la cual reconoce que en
el cigoto resultante de la fecundación está
ya constituida la identidad biológica de un nuevo
individuo humano.
Ciertamente, ningún dato experimental es por sí
suficiente para reconocer un alma espiritual; sin embargo,
los conocimientos científicos sobre el embrión
humano ofrecen una indicación preciosa para discernir
racionalmente una presencia personal desde este primer
surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo
humano podría no ser persona humana?.
El magisterio no se ha comprometido expresamente con una
afirmación de naturaleza filosófica, pero
repite de modo constante la condena moral de cualquier
tipo de aborto procurado. Esta enseñanza permanece
inmutada y es inmutable.
Por tanto, el fruto de la generación humana, desde
el primer momento de su existencia, es decir, desde la
constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado
que es moralmente debido al ser humano en su totalidad
corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado
y tratado como persona desde el instante de su concepción,
por eso, a partir de ese mismo momento, se le deben reconocer
los derechos de la persona, principalmente el derecho
inviolable de todo ser humano inocente a la vida.
La doctrina recordada ofrece el criterio fundamental para
la solución de los diversos problemas planteados
por el desarrollo de las ciencias biomédicas en
este campo: puesto que debe ser tratado como persona,
en el ámbito de la asistencia médica, el
embrión también habrá de ser defendido
en su integridad, cuidado y sanado, en la medida de lo
posible, como cualquier otro ser humano.
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